miércoles, 23 de mayo de 2012

El Guti, mi jefe


De José Luis Gutiérrez, Guti, se ha escrito seguramente todo lo que podía decirse e incluso más. Pero no puedo dejar pasar el pesar, la sorpresa y la nostalgia que me traen la mala noticia de su muerte. Durante años fue mi jefe y durante muchísimos más, mi amigo.
Era un ser tumultuoso, apasionado, con un fervor de muchos grados y tomaba partido siempre  en medio de una emoción tan grande  como era grande él.
Naturalmente solo hablaré de mis experiencias directas con el Guti. Dos botones de muestra.
Uno: siempre que me llamaba o me encontraba en algún acto público, antes de saludarnos me decía "¡Quiero dormir: que me lo quiten de en medio!", en alusión a una frase que cerraba el primer artículo que yo había escrito para Diario 16 sobre Antonio Anglés.
Y después me espachurraba contra su enorme y sólido esqueleto.
Y dos:
Un lejano día a eso de las dos y media de la tarde me llamó al móvil. Con frases cortas, autoritarias y concisas me dijo que me invitaba a comer en un restaurante de las Rozas. Inmediatamente. Ya.  Débilmente argüí que en ese momento salía camino de Guadalajara y que era ya tardísimo, que podíamos dejarlo para el próximo día...gritó diciendo que a ver si yo creía que él disponía de tiempo que para el próximo día, que ya tenía una cita y que volviera grupas y fuera a las Rozas inmediatamente. Quise saber para qué y me dijo que no daba explicaciones por teléfono, que nos veríamos allí.
De bastante mala gana volví a Madrid y me planté en las cercanías de aquel restaurante del que nunca había oído hablar ni conocía su emplazamiento. Di vueltas por todos los lados y un amable gasolinero me indicó con acierto y total, llegué. Eran las tres y media más o menos cuando logré encontrar el sitio. Entré y  miré las mesas, pero él no estaba. Pregunté y sí, me dijo el maitre, había una reserva a nombre del Director de Diario 16 y otras dos personas.
Me senté a esperar y como pasaba el tiempo opté por tomarme un aperitivo. Y luego, picando, consideré que había comido. Previamente hice varias llamadas a su teléfono pero siempre una voz me decía que estaba cerrado o fuera de cobertura. Así que de bastante mal humor pagué y salí.
En la puerta estaba el Guti.
Estaba despeinado, acalorado, con la corbata en el bolsillo y sudando. Echó una larga y acalorada prédica sobre la inepcia de los que hacen mapas, sobre la necedad de los Ingenieros de Caminos Canales y Puertos, sobre el horror de la telefonía móvil y sobre mí misma, ser impaciente de los peores.
 Total: se había perdido.
Volvimos al restaurante y, pasando a gran velocidad de un estado de ánimo a otro pidió una botella de champan (conocía mi afición por el champan) para celebrarlo (?). Le dije que yo ya había comido. Volvió a despotricar  sobre mí y mi educación pésima y mi poca paciencia. Tuve que volver a comer.
A los postres, después de habernos quejado de todos y bebido un par de botellas, completamente achispados y felices, a eso de las seis y media de la tarde, me confesó que me había citado para nada, que no quería comer solo, que el tercer comensal no existía y que en fin, iba a pensar si me subía el sueldo.
Supongo que la idea se le pasó con la siesta.

Un gran tipo. Un gran tipo, insisto. Un tipo de los mejores.

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