miércoles, 30 de mayo de 2012
miércoles, 23 de mayo de 2012
El Guti, mi jefe
De José
Luis Gutiérrez, Guti, se ha escrito
seguramente todo lo que podía decirse e incluso más. Pero no puedo dejar pasar
el pesar, la sorpresa y la nostalgia que me traen la mala noticia de su muerte.
Durante años fue mi jefe y durante muchísimos más, mi amigo.
Era un
ser tumultuoso, apasionado, con un fervor de muchos grados y tomaba partido
siempre en medio de una emoción tan
grande como era grande él.
Naturalmente
solo hablaré de mis experiencias directas con el Guti. Dos botones de muestra.
Uno:
siempre que me llamaba o me encontraba en algún acto público, antes de
saludarnos me decía "¡Quiero dormir: que me lo quiten de en medio!",
en alusión a una frase que cerraba el primer artículo que yo había escrito para
Diario 16 sobre Antonio Anglés.
Y después
me espachurraba contra su enorme y sólido esqueleto.
Y dos:
Un
lejano día a eso de las dos y media de la tarde me llamó al móvil. Con frases
cortas, autoritarias y concisas me dijo que me invitaba a comer en un
restaurante de las Rozas. Inmediatamente. Ya. Débilmente argüí que en ese momento salía camino de Guadalajara
y que era ya tardísimo, que podíamos dejarlo para el próximo día...gritó
diciendo que a ver si yo creía que él disponía de tiempo que para el próximo
día, que ya tenía una cita y que volviera grupas y fuera a las Rozas
inmediatamente. Quise saber para qué y me dijo que no daba explicaciones por teléfono,
que nos veríamos allí.
De bastante
mala gana volví a Madrid y me planté en las cercanías de aquel restaurante del
que nunca había oído hablar ni conocía su emplazamiento. Di vueltas por todos
los lados y un amable gasolinero me indicó con acierto y total, llegué. Eran
las tres y media más o menos cuando logré encontrar el sitio. Entré y miré las mesas, pero él no estaba. Pregunté y
sí, me dijo el maitre, había una reserva a nombre del Director de Diario 16 y
otras dos personas.
Me senté
a esperar y como pasaba el tiempo opté por tomarme un aperitivo. Y luego,
picando, consideré que había comido. Previamente hice varias llamadas a su
teléfono pero siempre una voz me decía que estaba cerrado o fuera de cobertura.
Así que de bastante mal humor pagué y salí.
En la
puerta estaba el Guti.
Estaba despeinado,
acalorado, con la corbata en el bolsillo y sudando. Echó una larga y acalorada
prédica sobre la inepcia de los que hacen mapas, sobre la necedad de los
Ingenieros de Caminos Canales y Puertos, sobre el horror de la telefonía móvil
y sobre mí misma, ser impaciente de los peores.
Total: se había perdido.
Volvimos
al restaurante y, pasando a gran velocidad de un estado de ánimo a otro pidió
una botella de champan (conocía mi afición por el champan) para celebrarlo (?). Le dije que yo ya había comido.
Volvió a despotricar sobre mí y mi
educación pésima y mi poca paciencia. Tuve que volver a comer.
A los
postres, después de habernos quejado de todos y bebido un par de botellas,
completamente achispados y felices, a eso de las seis y media de la tarde, me
confesó que me había citado para nada, que no quería comer solo, que el tercer
comensal no existía y que en fin, iba a pensar si me subía el sueldo.
Supongo
que la idea se le pasó con la siesta.
Un gran
tipo. Un gran tipo, insisto. Un tipo de los mejores.
jueves, 5 de abril de 2012
+ SOBRE MINGOTE Y YO
Como soy bastante despistada, ayer se me olvidó incluir un detalle revelador de mi amistad con Antonio Mingote. Días antes (¿o quizá meses?) de conocernos, vi en el ABC, sorprendida, esta página que adjunto.
En ella aparece un fulano típico de Mingote leyendo un periódico a su maciza acompañante (también muy en la línea del pintor) y comentándole la noticia. Lo curioso es que en ese periódico, mi más tarde amigo, se tomó el trabajo de pintarme...¡a mí!
Soy la primera que aparezco a la izquierda (de esto ha pasado algunos años como puede observarse por la fecha del margen superior).
Aquello me dejó patidifusa, como podéis suponer. Hasta que pasado el tiempo me llamó.
Lo añado hoy por ser revelador de nuestra pequeña historia de amistad .
miércoles, 4 de abril de 2012
Mingote y yo
Ayer murió Antonio Mingote. No tengo palabras para decir con justeza lo que le quería y la de cosas que admiraba en él. Pero no voy a hacer su obituario que lo han hecho, y muy bien, plumas mas cualificadas que la mía. Solo voy a contar algunas cosas conocidas solo por mi, en la relación episódica pero profunda que mantuve con él.
Una mañana de hace muchos años me llamó Antonio Mingote. Había conseguido mi teléfono a través de Camilo José Cela y sus palabras me dejaron apabullada
-Te leo todas las mañanas y cada día te admiro más (Yo por entonces escribía en el Diario 16) Quería conocerte. ¡Bueno tienes a Felipe!
Quien lea esto puede suponer la sorpresa y el pasmo de la que escuchaba. Para mi, Antonio Mingote era una presencia natural, consustancial con la vida que estaba en mi existencia como los peces están en el mar o el Pilar en Zaragoza. Yo era quien le admiraba...pero ¿él a mi?
Tuvimos una primera charla a la que siguieron varias en las también varias ocasiones en que nos encontramos: presentaciones de libros, discursos de entrada de algún académico en la RAL, algunas fiestas privadas de periodistas, cenas de amigos comunes y cosas de ese cariz. En todas ellas me volvió a constatar su admiración por mis artículos, así que nunca hubo un lector mas querido por un articulista que Antonio por mí.
Después me presentó un libro (Mis perros y otras personas, cuya página incluyo). En esa página me refiero a su perrita Curra a que la que adoraban tanto él como Isabel, su mujer. La caricatura de él y de su perro la hizo otro gran ilustrador y pintor, Pepe Cerdá.
Y al poco tiempo, al abrir una mañana el ABC en la librería de mi amiga Ascen me di de bruces con un chiste ...¡dedicado a mi!
Ese chiste, que hoy enseño y cuyo original me envió con una carta muy divertida que he de buscar entre en montón de papeles que escondo y pierdo, está enmarcado desde entonces en el salón de mi casa junto con un autógrafo de Pablo Neruda, una dedicatoria conmovedora de CJC, un sobre con remite ilustrado por Otero Besteiro y una carta emocionante de otro gran amigo muerto: Alfonso Carreño.
Además añado otro tesoro, una de las tarjetas que sorpresivamente me enviaba con la única intención, supongo, de que supiera que estaba en el mundo y que yo seguía viva. Todas divertidas, con su magnífico trazo, su humor indestructible y su auténtica bondad.
jueves, 15 de marzo de 2012
LA COCINA Y LOS SUEÑOS
Bajo este sugerente título, la dueña del restaurante madrileño EL CHISCÓN (Castelló 3), acaba de editar un libro de cuentos. De 17 cuentos. Yo soy la autora de uno de ellos, y como anoche se presentó el libro y hubo lecturas y regalos, todo ello coronado con una cena de lujo en el precioso comedor del restaurante, lleno de estilo y calidad, he pensado colgar el cuento para que lo podais leer si así os parece.
Antes de la cena este cuento fue leído (no se si decir representado) por dos excelentes actores. Ellos son Andrea Navas y Enrique Gracia. Él, además, es poeta y podeis visitar su página que es muy interesante. He de decir que contra mi criterio que desestima el floklore que a veces rodea a la literatura -pues creo que la literatura tiene por finalidad ser leída en silencio y soledad- estos realmente magníficos lectores en voz alta (no se como llamarles para no caer en etiquetas) no solo no lo menoscabaron: mejoraron el texto.
En fin que les agradezco el buen rato que me hicieron pasar poniendo a mis palabras gracia y profundidad.
Y a la anfitriona que aún en tiempos tan penosos como los que vivimos ha tenido el coraje de editar un libro de relatos y hasta de invitarnos a cenar. Gracias.
Menú creativo número tres
Era rubia, de piel luminosa, dorada como la túnica interior de las castañas; el pelo le llegaba a las rodillas, suave y ondulado. Estaba sentada en la vieja rama casi horizontal de una noguera y sus piernas se balanceaban de forma que los pies rozaban la yerba húmeda de rocío. No llevaba mas vestido que un minúsculo delantal verde atado a la cintura con un dibujo de hojas, y mordía pensativa un pensamiento. O sea, pensaba y mordía un pensamiento. Pensaba en un menú mientras mordía un pensamiento. Mordía un menú mientras pensaba un pensamiento, o sea...bueno. Tenía que centrarse.
Un menú: algo creativo, algo nuevo, desde luego. Estaba harta de oír quejarse a su marido. ¡La última vez -anoche- el muy cafre había tirado las dos chuletas que acababa de servirle al estanque de los peces! Incluso escuchó sus gritos mientras ella se escondía en la sombras de la leñera tras el gato. Y aún tenía un arañazo del felino. Ese gato era un bestia. Odiaba a ese gato.
Se tocó la pantorrilla, sobre la que destacaba un profundo trazo rojo.
Que lata. No había recibido educación alguna sobre los hombres, porque en ella concurrían algunas circunstancias desdichadas: no había conocido a su madre ni a su abuela y por ello ya tarde había recibido la información cumbre que debe tener toda mujer: que a los maridos se les conquista por dos vías, el sexo y el estómago. Esa noticia la recibió por boca de Gabriel.
–¡Podías haberlo dicho antes! -protestó, y le tiró un par de nueces mientras el muchacho salía de la cocina riéndose y enredándose entre el viento y las grandes plantas de hojas algodonosas que rodeaban el patio interior de la vivienda. Le vio alejarse y no pudo contener una idea que afloraba al verle así, rubio, leve y aniñado.
Se alejó volando.
Luego pasó el día tonteando entre sueños y flores y supuso que ya sí tenía que ponerse seriamente a pensar. El no tardaría en volver (estaba de viaje, cosa a la que era muy aficionado) y, qué desesperación, había perdido toda la mañana sin dar con una sola idea buena.
Se sentó y escribió (sacando la punta de la lengua):
MENU CREATIVO NÚMERO UNO
podrida de ave a la salsa de hormiga roja
pez nacarado aplastado en su jugo con trompetas de la muerte
capullos con ojos del bosque (postre)
MENÚ CREATIVO NÚMERO DOS
revuelto de alas azules de pequeño ángel
milhojas a las jugosas lágrimas
patitas de gamusino azucaradas
Meditó sobre aquellos menús y se echó a llorar. Por más que se rompiera la cabeza no iba a encontrar nada imaginativo, distinto ni apetitoso para su hombre. Y eso significaba –ahora que la pasión primera había desparecido y los revolcones se habían difuminado– que empezaban las peleas. ¿La crisis de los siete años? Eso de la crisis de los siete años lo había sabido también por Gabriel...ese parecía saberlo todo.
Lloró con fuerza, con sollozos y suspiros: Estaba claro que ella era la más tonta de la aldea. Pronto su marido la cambiaría por otra...pero ¿por quién? Pensó en todos a los que conocía y se dio cuenta de que aparte de ella y algunas presencias raras que habitaban sus sueños, presencias algunas veces terribles, y otras bellísimas, no había nadie en su mundo a quien él pudiera realmente amar. Y (ahora lloró mas) se iba a cargar su matrimonio, iba a dejar a su marido en la soledad y todos aquellos mozos rubios y voladores -Gabriel, Rafael, Miguel y los demás- le darían la espalda. Incluso Yavhé se lo reprocharía: vete mujer, le diría cualquier día en cualquier esquina que se la encontrara, vete con las zorras o con las gallinas, puedes elegir. Vete, desaparece de mi vista, ya que no has sido capaz de de mantener la dignidad que te di. Ni siquiera has podido entretener a tu hombre. Y quítate ese delantal, pareces una putilla ¡por Dios!... y perdona que me nombre.
Apoyó la cabeza en los brazos y estos sobre la mesa y se hinchó a llorar. El largo pelo la tapaba como una manta cálida.
Y de repente oyó una voz.
–Eva -dijo la voz– no seas mema. Lo que quiere tu marido no es una comida complicada: quiere algo prohibido, y, como les pasa a todos los hombres, no se atreve a pedírtelo.
Eva levantó la vista. Ya sabía quién le hablaba, había tenido muchas conversaciones con ella, pero nunca así, vis a vis, sin ambages. La Serpiente se hacía pasar de ordinario por una señora respetable y de edad, y solo charlaba con ella a veces en un semisueño, de madrugada, cuando los árboles crecían con estrépito o bramaba el océano ante las lanzas cruzadas de los Ángeles, tratando de anegar los campos del Señor.
–Venga, toma, no seas cobarde. Lo que quiere Adán es darle un buen bocado a la manzana prohibida. Y si eres lista se la servirás esta noche. Mira que hermosura.
Ella apartó el cabello de sus ojos y vio la manzana prohibida resplandeciendo en su rama, bajo la luz tamizada del ocaso.
–Pero si esto es lo que quiere ¿porqué no la coge él?
La Serpiente cabeceó, se curvó con arte y emitió un silbido que quería ser risa.
–Se te nota mucho la ausencia de madre o progenitora femenina en tu muy deficiente educación, hija mía: Adán quiere que seas tú quien le de la manzana para que luego, cuando vuelva Dios, te pueda echar a ti la culpa.
Eva calló. Por primera vez pensó; pensó con la claridad del sol y a la velocidad de una centella.
–¿Y se le doy la manzana, Serpiente, crees que él me echará un polvo?–preguntó guiñando un ojo.
–No lo dudes. Claro que no te puedo asegurar que pasado un tiempo no vuelva a las andadas, pero para entonces si has aprendido bien esta lección, sabrás defenderte sola.
Y Eva volvió a pensar. Ahora ya sabía.
–De acuerdo –dijo con un indefinible nuevo tono en la voz–Vamos a ello.
Cogió la hermosa, roja, venenosa, prohibida, dulcísima manzana y entró en su cocina. La haría en compota.
La tarde cayó. A lo lejos se oía la canción de Adán que se acercaba después de haber explorado lejanas zonas de Paraíso Terrenal.
A Eva aún le dio tiempo de canear al enorme gato rayado que dormitaba a la puerta de la leñera antes de que Adán, cansado de tanto viaje entrara y se tirara en el sofá poniéndolo todo hecho una lástima de tierra húmeda, hojarasca y sudor.
Para entonces Eva ya tenía la manzana dorada de miel y canela, sobre un plato.
Y se había quitado el delantal
Antes de la cena este cuento fue leído (no se si decir representado) por dos excelentes actores. Ellos son Andrea Navas y Enrique Gracia. Él, además, es poeta y podeis visitar su página que es muy interesante. He de decir que contra mi criterio que desestima el floklore que a veces rodea a la literatura -pues creo que la literatura tiene por finalidad ser leída en silencio y soledad- estos realmente magníficos lectores en voz alta (no se como llamarles para no caer en etiquetas) no solo no lo menoscabaron: mejoraron el texto.
En fin que les agradezco el buen rato que me hicieron pasar poniendo a mis palabras gracia y profundidad.
Y a la anfitriona que aún en tiempos tan penosos como los que vivimos ha tenido el coraje de editar un libro de relatos y hasta de invitarnos a cenar. Gracias.
Menú creativo número tres
Era rubia, de piel luminosa, dorada como la túnica interior de las castañas; el pelo le llegaba a las rodillas, suave y ondulado. Estaba sentada en la vieja rama casi horizontal de una noguera y sus piernas se balanceaban de forma que los pies rozaban la yerba húmeda de rocío. No llevaba mas vestido que un minúsculo delantal verde atado a la cintura con un dibujo de hojas, y mordía pensativa un pensamiento. O sea, pensaba y mordía un pensamiento. Pensaba en un menú mientras mordía un pensamiento. Mordía un menú mientras pensaba un pensamiento, o sea...bueno. Tenía que centrarse.
Un menú: algo creativo, algo nuevo, desde luego. Estaba harta de oír quejarse a su marido. ¡La última vez -anoche- el muy cafre había tirado las dos chuletas que acababa de servirle al estanque de los peces! Incluso escuchó sus gritos mientras ella se escondía en la sombras de la leñera tras el gato. Y aún tenía un arañazo del felino. Ese gato era un bestia. Odiaba a ese gato.
Se tocó la pantorrilla, sobre la que destacaba un profundo trazo rojo.
Que lata. No había recibido educación alguna sobre los hombres, porque en ella concurrían algunas circunstancias desdichadas: no había conocido a su madre ni a su abuela y por ello ya tarde había recibido la información cumbre que debe tener toda mujer: que a los maridos se les conquista por dos vías, el sexo y el estómago. Esa noticia la recibió por boca de Gabriel.
–¡Podías haberlo dicho antes! -protestó, y le tiró un par de nueces mientras el muchacho salía de la cocina riéndose y enredándose entre el viento y las grandes plantas de hojas algodonosas que rodeaban el patio interior de la vivienda. Le vio alejarse y no pudo contener una idea que afloraba al verle así, rubio, leve y aniñado.
Se alejó volando.
Luego pasó el día tonteando entre sueños y flores y supuso que ya sí tenía que ponerse seriamente a pensar. El no tardaría en volver (estaba de viaje, cosa a la que era muy aficionado) y, qué desesperación, había perdido toda la mañana sin dar con una sola idea buena.
Se sentó y escribió (sacando la punta de la lengua):
MENU CREATIVO NÚMERO UNO
podrida de ave a la salsa de hormiga roja
pez nacarado aplastado en su jugo con trompetas de la muerte
capullos con ojos del bosque (postre)
MENÚ CREATIVO NÚMERO DOS
revuelto de alas azules de pequeño ángel
milhojas a las jugosas lágrimas
patitas de gamusino azucaradas
Meditó sobre aquellos menús y se echó a llorar. Por más que se rompiera la cabeza no iba a encontrar nada imaginativo, distinto ni apetitoso para su hombre. Y eso significaba –ahora que la pasión primera había desparecido y los revolcones se habían difuminado– que empezaban las peleas. ¿La crisis de los siete años? Eso de la crisis de los siete años lo había sabido también por Gabriel...ese parecía saberlo todo.
Lloró con fuerza, con sollozos y suspiros: Estaba claro que ella era la más tonta de la aldea. Pronto su marido la cambiaría por otra...pero ¿por quién? Pensó en todos a los que conocía y se dio cuenta de que aparte de ella y algunas presencias raras que habitaban sus sueños, presencias algunas veces terribles, y otras bellísimas, no había nadie en su mundo a quien él pudiera realmente amar. Y (ahora lloró mas) se iba a cargar su matrimonio, iba a dejar a su marido en la soledad y todos aquellos mozos rubios y voladores -Gabriel, Rafael, Miguel y los demás- le darían la espalda. Incluso Yavhé se lo reprocharía: vete mujer, le diría cualquier día en cualquier esquina que se la encontrara, vete con las zorras o con las gallinas, puedes elegir. Vete, desaparece de mi vista, ya que no has sido capaz de de mantener la dignidad que te di. Ni siquiera has podido entretener a tu hombre. Y quítate ese delantal, pareces una putilla ¡por Dios!... y perdona que me nombre.
Apoyó la cabeza en los brazos y estos sobre la mesa y se hinchó a llorar. El largo pelo la tapaba como una manta cálida.
Y de repente oyó una voz.
–Eva -dijo la voz– no seas mema. Lo que quiere tu marido no es una comida complicada: quiere algo prohibido, y, como les pasa a todos los hombres, no se atreve a pedírtelo.
Eva levantó la vista. Ya sabía quién le hablaba, había tenido muchas conversaciones con ella, pero nunca así, vis a vis, sin ambages. La Serpiente se hacía pasar de ordinario por una señora respetable y de edad, y solo charlaba con ella a veces en un semisueño, de madrugada, cuando los árboles crecían con estrépito o bramaba el océano ante las lanzas cruzadas de los Ángeles, tratando de anegar los campos del Señor.
–Venga, toma, no seas cobarde. Lo que quiere Adán es darle un buen bocado a la manzana prohibida. Y si eres lista se la servirás esta noche. Mira que hermosura.
Ella apartó el cabello de sus ojos y vio la manzana prohibida resplandeciendo en su rama, bajo la luz tamizada del ocaso.
–Pero si esto es lo que quiere ¿porqué no la coge él?
La Serpiente cabeceó, se curvó con arte y emitió un silbido que quería ser risa.
–Se te nota mucho la ausencia de madre o progenitora femenina en tu muy deficiente educación, hija mía: Adán quiere que seas tú quien le de la manzana para que luego, cuando vuelva Dios, te pueda echar a ti la culpa.
Eva calló. Por primera vez pensó; pensó con la claridad del sol y a la velocidad de una centella.
–¿Y se le doy la manzana, Serpiente, crees que él me echará un polvo?–preguntó guiñando un ojo.
–No lo dudes. Claro que no te puedo asegurar que pasado un tiempo no vuelva a las andadas, pero para entonces si has aprendido bien esta lección, sabrás defenderte sola.
Y Eva volvió a pensar. Ahora ya sabía.
–De acuerdo –dijo con un indefinible nuevo tono en la voz–Vamos a ello.
Cogió la hermosa, roja, venenosa, prohibida, dulcísima manzana y entró en su cocina. La haría en compota.
La tarde cayó. A lo lejos se oía la canción de Adán que se acercaba después de haber explorado lejanas zonas de Paraíso Terrenal.
A Eva aún le dio tiempo de canear al enorme gato rayado que dormitaba a la puerta de la leñera antes de que Adán, cansado de tanto viaje entrara y se tirara en el sofá poniéndolo todo hecho una lástima de tierra húmeda, hojarasca y sudor.
Para entonces Eva ya tenía la manzana dorada de miel y canela, sobre un plato.
Y se había quitado el delantal
domingo, 29 de enero de 2012
Dios
Dios
A estas alturas de mi vida y de la historia, creo que la idea de dios solo puedo afrontarla desde dos perspectivas
1 Desde el análisis diacrónico de las religiones que me enseñan que necesitaron dioses todos los hombres y de ello colijo que dios es una creación humana, una emanación, una producción natural de la mente como las hormonas de las glándulas. Producimos una imagen que no es otra que aquella que colma todas nuestras necesidades antropomórficas: la del señor con barba y pueblo elegido –¡un dios nacionalista, qué disparate!–.
Y la existencia en el mundo del dolor y la sinrazón, eliminan de un plumazo esa imagen que tenemos –sagrada y separada– de un Ente benéfico que nos ama.
2 Y por otro lado, desde una perspectiva puramente epistemológica, explicativa de la existencia del mundo, o sea, dios como máquina productora. Respecto al dios creador, hasta el día de hoy la ciencia no ha dado argumentos necesarios y definitivos de por qué existe el mundo y cómo existe y qué es. La idea de un creador es plausible aún, no sé por cuánto tiempo, pero la razón humana precisa más argumentos para suspender la idea de un dios creador. Aunque nunca se dice, como en un pacto de silencio, lo que el hombre espera desde que abandonó el pensamiento mágico, es una respuesta definitiva de la ciencia. Lleva mucho tiempo, cerebro y dinero invertidos en esa respuesta.
3 Y tercero , hace tiempo que he decidido que la moral no tiene nada que ver con el aspecto creador de un dios sino con el anterior supuesto: invención de esa imagen por necesidad o teleología de la mente humana. La moral es solo racional. Ambas ideas (dios y moral) debieron aparecer con la misma necesidad y en momento próximos, lo que nos ha invitado históricamente a confundirlos.
Y por cierto: creo que la moral no está sujeta a tiempo o moda, no es relativa ni a ciencia ni a religión: sostengo que la moral es una magnitud absoluta similar a la velocidad de la luz.
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