sábado, 22 de octubre de 2011

HABLEMOS DEL AMOR


Llevo tiempo asistiendo a lecturas poéticas de diferente laya. La mayoría de ellas tienen un defecto fundamental que consiste en que los escritores de líneas cortas tienen que epatar a los que les escuchan (que siempre son los mismos), con un alarde de ingenio y retorcimiento del lenguaje que sea a la vez inesperado y emocionante: o sea, en busca de la deslumbrante metáfora perdida.
La cosa funciona así: uno lee y los demás escuchan. Pasados unos días, toda la camarilla nos trasladamos a otro local y allí el que lee es uno que la semana anterior escuchaba y el que leyó anteriormente le aplaude sin reservas desde el público, ya que el día anterior fue a su vez aplaudido sin reservas por el actual lector en un ejercicio endogámico muy poético (y por si en un futuro próximo el lector actual forma parte del jurado de un certamen al que el anterior se ha presentado). El nuevo actor, escritor de líneas cortas como el primero, se ha esforzado en el ingenio y la emoción y podemos decidir que ha mejorado al precedente.
Y todos hablan del amor. El amor del poeta -dice el poeta- es siempre imaginario (hay que darse cuenta que el poeta siempre va acompañado de su señora y en el alma inefable de las señoras de poetas siempre se esconde un detective camuflado entre la hojarasca de la admiración). Si, imaginario, pero muy carnal y todo lo que suene a carnalidad y que brote de la boca de un casado, por muy poeta que fuere, es inmediatamente desmenuzado en sus partes constitutivas como si de elementos de una autopsia del CSI se tratara, en busca de la última prueba condenatoria: la infidelidad. Hay que apuntar que la infidelidad de los poetas es casi siempre de pensamiento y no de obra, pero, como decía el catecismo (creo) ambas formas son pecaminosas y en fin, a los ojos de la señora del poeta tanto da que da lo mismo, el caso es que, ese poeta, su poeta particular, -cuenta ella luego a las amigas- "tiene una jeta que se la pisa"´
Pero sí: cuando nos aficionamos a las lecturas poéticas pasamos las veladas escuchando teorías amatorias, tratando de ceñirnos a las palabras más reveladoras e iluminadas del vate y nos parece que en esa pequeña salita en la que escuchamos va a haber una revelación y que un calambre cargado de emociones nos va a sacudir porque alguno de los lectores incansables va a acertar ¡al fin! con una definición redonda de "Amor", de ese sagrado sentimiento culpable del Gran Malestar que un par de veces en la vida -si tenemos suerte- nos dejará KO sobre la lona.
Y a lo que voy. Al bolero "Obsesión" que hace días colgué en mi blog. Su autor, Pedro Flores da, en el estribillo de la canción, una definición del amor que me parece omnicomprensiva y acertada. No emana de ella sensiblería alguna pero llena de sus dos inexpresables direcciones a la palabreja. Dice "Amor es el pan de la vida/ amor es la copa divina"
Veamos ese primer verso: el pan de la vida. El pan: lo necesario, indispensable, básico (los griegos llamaron pan a todo, aunque no es en esa etimología en la que se basa nuestra palabra, pero por ahí van los tiros) Claro: si nuestras neuronas no iniciaran el proceso patológico muy sentimental y preciso, las especies se extinguirían, la vida desaparecería del planeta tierra y nos encontraríamos con los océanos batiendo para nada, las estrellas en su milenario guiñar de ojos inútil y el sol acariciando la roca ardiente, en ausencia de piel canela, párvulo labio y carne trémula. Y estarían de màs las salitas de lectura, lo que sería una pena. ¡Sí: el amor es el pan de la vida! ¡Un diez para nuestro letrista!
Y vayamos al segundo verso "Amor es la copa divina". También, qué narices. Cuando te enamoras, además de padecer una enfermedad de graves consecuencias, se pone en marcha un mecanismo de relojería fisiológico, un complejo de idas y venidas eléctricas. De ese amasijo emocionante de reflejos y contactos dendríticos, de esa red insobornable de trasmisores y sus enzimas, de esa copa divina, emana un vapor tóxico, una especie de borrachera metílica que nos hace creernos dioses. Experimentamos un subidón totalmente celestial, creamos un mundo imaginario de tal consistencia o de la necesaria consistencia para decidirnos a repoblar el planeta caiga quien caiga.
Copa divina y pan de la vida, eso sí es el Amor. (Por cierto, eso del pan y el vino... ¿a qué me recuerda?...)
Después de este acierto tan notable del señor Flores, no deberíamos dar más vueltas al asunto. Aunque no está mal que los poetas se reúnan semana tras semana para hacer gárgaras líricas con la mágica palabra y para pasarnos sus informes sobre el tema, sean empíricos o imaginarios. Y además luego nos tomamos una copa. Es lo único sólido de tales reuniones.

¡Y no os perdais a esos dos enamorados de abajo!
(La ilustracion es de Juan Carlos Mestre. Gracias)




domingo, 16 de octubre de 2011

OBSESIÓN (Bolero)

















Pedro Flores

Naguabo, Puerto Rico 1894-1979


Pedro Flores fue un creador de boleros. La vida del compositor puertorriqueño fue siempre una lucha campal junto al dolor, "único amigo y compañero inseparable en la trayectoria increíble de mi existencia". Nació en una familia pobre y para colmo tuvo que sobresalir entre doce hermanos. Sin embargo fue un hombre sencillo y tesonero que logró incluso llegar a la Universidad, así que para nuestros intereses conviene recordar que tuvo estudios superiores aunque su vida, hasta triunfar en la composición musical, fue un calvario de trabajos mediocres y mal pagados. Fue inspector de trenes, cobrador de impuestos y secretario del Ayuntamiento de San Juan. Harto, se largó a Nueva York y allí logró caer aún más bajo, ya que empezó por construir con pico y pala el túnel de la Octava Avenida. Después se hizo pintor de brocha gorda; cuando dejó la herramienta fue funcionario en el 'subway' de la ciudad, y empleado de correos hasta el 1928. Luego, sin meditación, se entregó en brazos de la lírica y notó que poseía un don inagotable para tratar las cosas de amor. En una semana componía ocho o diez canciones, algunas de las cuales llegaron a convertirse en éxitos. Formó un cuarteto al que bautizó con su nombre: Cuarteto Flores. De cuarteto pasó a sexteto y posteriormente a orquesta, sin dejar de llamarse Cuarteto Flores. Por su grupo desfilaron los cantantes de moda de la época. Ejemplo: Antonio Machín. Y un buen día se marchó a México. Y más tarde a Cuba.
Pero pronto se dio cuenta de que su sitio estaba en Manhattan. Poco a poco fue creando su propio estilo gracias a un oído privilegiado y una mente musical. Y, gracias a una sabiduría intuitiva, vemos que sus letras, a poco que reparemos en ellas, encierran un pensamiento sintético de una gran brillantez y exactitud. Sus metáforas remiten a una oscura biblioteca que duerme en el corazón de cada hombre, donde ciertas palabras mágicas hábilmente intercaladas, son capaces de despertar una polvareda de mitos y deseos . Solo poetas muy dotados son capaces de resumir y poner el dedo en la llaga de las sensaciones cuando levantan ese polvo del alma. Él lo hacía naturalmente, sin artificio: quizá sin saberlo y sin intención.
A pesar de ello confesó modestamente en sus últimos días: "Yo no he sido músico nunca, no toco ningún instrumento, no conozco una nota musical. Yo no soy poeta, lo que tengo es obra de Dios. No sé ni por qué he hecho todo esto. Yo creo que Dios me señaló con el dedo y me dijo: "prepárese porque usted va a hacer canciones". Quizá a la mano divina se deba esa gran emoción lograda de la que hablo. Entre sus grandes éxitos musicales, la que traemos hoy a colación: el bolero "Obsesión".

Y sobre Alberto Pérez, mi amigo, unas pocas palabras: apareció (aunque para mis efectos ya había aparecido en otro lugar mítico: Sigüenza) hace años en nuestras vidas televisivas y en la inolvidable Mandrágora. Tanto Krahe como Sabina le acompañaban. Cada uno ha cuajado según sus necesidades éticas y estéticas.

Alberto cuenta cómo fue su deriva:

Un día sentí la necesidad de aportar algo nuevo a todo ese repertorio universal, al que llevaba dedicado ya más de diez años, e invité a Chicho Sánchez Ferlosio a compartir conmigo la aventura de poner en marcha un baile con canciones originales. Fue una experiencia inolvidable, de la que los dos aprendimos mucho. A nuestras sesiones de trabajo solía acudir por sorpresa Carmen Martín Gaite, y, ella y yo, acabaríamos fundando “Avizor Records”. En poco tiempo se me fueron los dos. A Carmen le dediqué el libro-disco “Poemas”, y a Chicho el espectáculo “La Orquesta Volátil”.
Hace ya unos años que recuperé la guitarra, e ideé una manera de tocar los ritmos orquestales sin que perdieran su carácter; después, inventé otra para cantarlos a capella. Así que, ando ligero de equipaje. Y es que no hace falta más: un dubidubi, un buen paisaje y, si surge, una buena compañía.

Mas o menos como Machado, Alberto va por la vida "casi desnudo, como los hijos de la mar". Y escucharle es un privilegio. Os dejo un pequeño botón de muestra (Obsesión, de Flores), pero donde hay que ver a Alberto Pérez es en uno de sus recitales. Solos, él, su guitarra y su ingenio. Es una de esas experiencias que no se olvidan.


Y ahora a lo que me interesa

Este blog ha tomado el nombre de un verso de ese viejo bolero "Obsesión" de nuestro, ya amigo, Pedro Flores. El verso dice así

Amor es el pan de la vida,
Amor es la copa divina...



Por qué adopté ese título, lo dejo para dentro de unos días. Lo serviré de segundo plato. Ahora disfruten de la canción.



lunes, 10 de octubre de 2011

Cobrador del frac

Cobrador del frac
No prestes si no sabes dar y si no sabes olvidar, no des. Este debe ser el lema de los tiempos que corren, sobre todo en lo que se refiere a la última parte: no des. Bien visto, el problema de nuestra economía es que nadie da. El mal que nos corroe es que nadie paga. Nuestros trabajos y nuestras obras pierden todo el valor interior hasta para nosotros mismos. Vemos nuestros productos como objetos mortecinos, lacios, como cosas churretosas por las que nadie daría -nadie da- ni una gorda.
Esto, aparte de sumirnos en la pobreza pura, nos deprime moralmente.
Antaño los comerciantes se lamentaban de que las instituciones eran morosas y perezosas, maquinarias que, para soltar una puta perra, habían de reunirse en interminables sesiones retóricas para discutir con argumentos cabalísticos la cuentas de la vieja.
Tengo una amiga librera que ha pasado una parte sustancial de su vida en las ventanillas de la Diputación, del Ayuntamiento y de la Biblioteca Provincial tratando arrancar a las manos institucionales una miseria adeudada desde la batalla de Calatañazor.
Lo malo es que ahora todos estamos como ella y nuestras quejas ahuyentan a las amistades que, sobre no cobrar ellas tampoco, tienen que escuchar lo archisabido, es decir que además de la desdicha propia, tienes que soportar a la hora sagrada del bar a un pelmazo.
Ayer, sin ir más lejos, hice un recorrido por Madrid tratando recomprar una bagatela para regalo y tuve unas charlas breves con tres vendedores de cuadros y dos de adornos y objetos varios. Todas las conversaciones versaron sobre la monográfica nadiemepagayvoyatenerquecerrarinmeditamente.
Una de las dependientas resulto ser la esposa de un arquitecto que no cobra. Con un pintor de acuarelas a punto estuve de cerrar trato, pero no llegamos a nada porque apareció un acreedor y se incautó de la obra ante mis narices. En una tienda elegante de esas en las que se habla en voz baja, los clientes escuchábamos avergonzados un dialogo interior y sofocado entre el tendero y su casero que amenazaba acaloradamente con el desahucio. ¿Qué hacer?: pues paciencia y resignación; a Job casi se lo comen los piojos y, ahora, mira lo bien que se habla de él.
Somos una sociedad de acreedores que a su vez son deudores. Dentro de poco, por la calle solo transitaran los cobradores del frac que, probablemente, será la única
profesión a la que podremos aspirar. Y suerte tendremos si Cornejo no va detrás exigiéndonos el alquiler del vestuario.

Y ahora queridos y escasos lectores, les cuento: este artículo que acaban de leer fue publicado del día 4 de Marzo de 1994. Lo publiqué en Diario16. ¿Que les parece?

sábado, 8 de octubre de 2011

Loa al esqueleto







¡Mira que bien mueve el esqueleto! oí mientras apuraba mi copa de vino blanco anteayer en el bar Río. Se refería la voz, claro, a nuestra Cayetana que, descalza, rodeada de comadres embelesadas y atendida por su elegante novio vestido a la usanza británica, encadenaba con arte unas sevillanas postreras sobre el merengue rosa que su boda acababa de esparcir por la piel de la patria.

Boda de las postrimerías, sueño de la razón con Goya al fondo. (¡Y entre candilejas Zapatero a punto del mutis, Blanco en la gasolinera y el amiguito del alma en el sastre, probándose un sudario! ) ¡Qué país!

Sentí una especie de conmoción pues sí, era justamente el esqueleto lo que la Duquesa movía. Me tragué la sardinilla del aperitivo calculando lo amable que es nuestro esqueleto íntimo, el que soporta nuestros desvíos y nos sujeta las carnes incluso salteadas con varios kilos de grasas polinsaturadas. Él permanece inasequible hasta el final manteniendo las formas (nunca mejor dicho) incluso resiste sevillanas, bulerías y hasta las paladas de la tierra del olvido. Y si conseguimos llegar hasta el Juicio Universal es justamente por esa frágil jaula interior. ¡El esqueleto, qué tío!


El caso es que vamos directamente a Noviembre que espera con todos sus estandartes amarillos, sus cipreses y sus indignados muertos a la puerta. Una pléyade de esqueletos ocupa el subsuelo nacional mientras en Norteamérica los cadáveres lindos se pasean por una playa plana sonrientes, como a la deriva. Vean ustedes si no El árbol de la vida, película pelma donde las haya, tontamente inocente con su filosofía barata, pensada para criaturas doradas, bien fotografiadas y con músicas de fondo; guiso cinematográfico adobado con Grandes Documentales de la 2.


La verdad es que sí, ese tipo de criaturas existen: existen los esqueletos vestidos por Luchino & Company, que bailan al filo de la tumba, los que se arropan con chaqués grises para ceremonias de mañana y existen muertos bellos y norteamericanos que se pasean por los valles de Josafat morreándose y perdonándose con dulzura. (Otro día diré lo que pienso del perdón).


Y también hay otros esqueletos, arruinados, desahuciados y parados.


Y estos esperan en la puerta del 1 de Noviembre, como cada año, con la única música del entrechocar de huesos, gótico estilismo de ultratumba, pancartas harapientas, sin cámaras y en la esperanza de tomar definitivamente la Puerta del Sol.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Bomarzo

















Bomarzo



En el valle de Bomarzo existe un círculo mágico compuesto por enormes rocas talladas en las formas más misteriosas y sugerentes, emboscadas tras grandes árboles viejos cargados de hiedra, ocultas por arbustos purpúreos entre los que corren arroyos oscuros. Sobre viejos muros desconchados, el musgo teje su tul verde.



Arriba queda colgada la villa, en cuyas estancias el príncipe jorobado Francesco Orsini y su arquitecto Pirro Ligorio proyectaron su jardín mágico. Una feroz fachada de ventanas ciegas desciende hasta las suaves colinas cubiertas de maleza donde un mundo de estatuas se esconde. Por sus entrañas, dice la tradición, baja un tortuoso subterráneo que la familia Orsini construyó para escapar del insomnio y del crimen.


Hubo una época en la que los grandes señores milmillonarios, hartos de la cama y de la guerra, llenaban su tiempo con fantasías y caprichos. Y el mundo palaciego se llenó de jardines admirables: igual que los Orsini hicieron Bomarzo, los Médici levantaron un jardín de agua en Tívoli y en Pompeya existía un recinto de flores entre las que se escondían una colección de fictae ferae. Era la moda.



Mújica Laínez visitó antes que yo este jardín e inmediatamente buscó las palabras adecuadas para mostrarlo. Su novela Bomarzo fue devorada por cientos de miles de lectores. Pero la vida literaria es como la biológica: las generaciones suceden a las generaciones y todo queda sepultado bajo una tumba de coronas y olvido.



Así –entre flores y olvido– estaba el jardín cuando se volvió a mostrar al público.

El Bosque Sagrado se inicia con un extravagante Proteo-Glauco, pescador que fue dios por haber ingerido unas hierbas mágicas. Está todo él coronado de olas y mariposas, vigilando el bosque entre un espeso enramado.

Inmediatamente el espacio se puebla de enormes y disparatadas figuras: Los Gigantes, la Tortuga Coronada con el Simulacro de Mujer, el Pegaso, el Dragón, el Ogro, la Ninfa Durmiente... y de construcciones delirantes, el Ninfeo, la Banca Etrusca, la galería de las Ánforas, la Rotonda, la Casa Torcida...

¿Un Bosque Sagrado? Así dice Mújica Laínez que quiso el Príncipe Orsini, aquel displicente y desgraciado cheposo, bautizar a su juguete. ¿Un Parque de Monstruos? ¿Un Jardín de Maravillas como en aquellos tiempos llamaban a esos caprichos de la aristocracia?



Sus personajes remiten a una edad pagana y mágica y los Orsini (que presumían de ser éditus ursae) era condottieros feroces, es decir, señores mercenarios de la guerra con cuyos botines lucraban a sus familias y, para limpiar la abundancia de sangre, aspiraban a emparentarse con los dioses del pasado primigenio, aquellos héroes que se codeaban con fieras fabulosas.


El Bosque Sagrado tiene además de dioses y animales, bromas: basta entrar en su Casa Torcida para apreciarla como tal. Una broma que nos gasta Orsini desde su tumba. Claro que hay cierta alegría en las bromas y en los jardines; flores, pero también alimañas; sonrisas pero también una densa sequedad en los labios.

Bomarzo resulta una veleidad vitanda: al anochecer, mientras regresamos, se apagan los dorados tonos del día y mil ojos de piedra nos taladran la espalda en el silencio.

l l l

En realidad para el visitante que quiera impregnarse de extravagantes sentimientos (la extravagancia es quizá ya solo el lujo que nos queda) puede llegar fácilmente a Bomarzo: a unos ochenta kilómetros de Roma en dirección a Florencia tomando la salida de la autopista en Orte. Y de paso puede visitar una de esas bellas ciudades italianas casi desconocidas, como es Orvieto.







Por cierto, que quien lee ante la Casa Torcida es Ascen de Blas, mi librera.