sábado, 8 de octubre de 2011

Loa al esqueleto







¡Mira que bien mueve el esqueleto! oí mientras apuraba mi copa de vino blanco anteayer en el bar Río. Se refería la voz, claro, a nuestra Cayetana que, descalza, rodeada de comadres embelesadas y atendida por su elegante novio vestido a la usanza británica, encadenaba con arte unas sevillanas postreras sobre el merengue rosa que su boda acababa de esparcir por la piel de la patria.

Boda de las postrimerías, sueño de la razón con Goya al fondo. (¡Y entre candilejas Zapatero a punto del mutis, Blanco en la gasolinera y el amiguito del alma en el sastre, probándose un sudario! ) ¡Qué país!

Sentí una especie de conmoción pues sí, era justamente el esqueleto lo que la Duquesa movía. Me tragué la sardinilla del aperitivo calculando lo amable que es nuestro esqueleto íntimo, el que soporta nuestros desvíos y nos sujeta las carnes incluso salteadas con varios kilos de grasas polinsaturadas. Él permanece inasequible hasta el final manteniendo las formas (nunca mejor dicho) incluso resiste sevillanas, bulerías y hasta las paladas de la tierra del olvido. Y si conseguimos llegar hasta el Juicio Universal es justamente por esa frágil jaula interior. ¡El esqueleto, qué tío!


El caso es que vamos directamente a Noviembre que espera con todos sus estandartes amarillos, sus cipreses y sus indignados muertos a la puerta. Una pléyade de esqueletos ocupa el subsuelo nacional mientras en Norteamérica los cadáveres lindos se pasean por una playa plana sonrientes, como a la deriva. Vean ustedes si no El árbol de la vida, película pelma donde las haya, tontamente inocente con su filosofía barata, pensada para criaturas doradas, bien fotografiadas y con músicas de fondo; guiso cinematográfico adobado con Grandes Documentales de la 2.


La verdad es que sí, ese tipo de criaturas existen: existen los esqueletos vestidos por Luchino & Company, que bailan al filo de la tumba, los que se arropan con chaqués grises para ceremonias de mañana y existen muertos bellos y norteamericanos que se pasean por los valles de Josafat morreándose y perdonándose con dulzura. (Otro día diré lo que pienso del perdón).


Y también hay otros esqueletos, arruinados, desahuciados y parados.


Y estos esperan en la puerta del 1 de Noviembre, como cada año, con la única música del entrechocar de huesos, gótico estilismo de ultratumba, pancartas harapientas, sin cámaras y en la esperanza de tomar definitivamente la Puerta del Sol.

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